miércoles, 15 de junio de 2022

HÈCTOR VIGNA - BERNARD NOEL - EDDA SARTORI - JUAN RAMÓN JIMÉNEZ - MARÍA JULIA DRUILLE - MARY SHELLEY- DÉBORA MAYOL PARODI - HOWARD P. LOVECRAFT

 


HÈCTOR VIGNA

Olvidar   qué tristeza   ayer
                               Olvidar.
Seguir adelante, alejarse.
No poder ocupar el vacío,
esta grita del alma,
sentirse incompleto.
Olvidar     qué tristeza
                               Olvidar.



Ayer fue amor,
hoy no es ni un recuerdo.
Qué tristeza          Olvidar
                         qué tristeza

 

 


BERNARD NOEL

AUBRAC

nieve y niebla la niñez perdió el rumbo
un trozo mojado de cielo tapa la ventana
el tiempo es un hueco que va siempre delante
trampa abierta demasiado pronto para el último minuto
más abajo el invierno se acuesta en la luz
no queda en el aire sino un poco de vaho blanco
recuerdos caen de quién sabe qué árbol
cuya memoria rompe todas las ramas
 



EDDA SARTORI

Viajero


                           (sigilosa
                                   sobre mí
                                   hiendes
                                              en cascada)


me exhala
tu canto



(ya es media noche

te ofrezco

                  no hay surcos ni lienzos)


                                      mi extravío




 

 

 

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

 

Yo no soy yo

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

                

 

 


MARÍA JULIA DRUILLE

   A Julia de Burgos



Por treinta monedas vendieron a tu abuelo
el amo blanco al esclavo negro
y te duele
si el ser siervo es no tener derechos,
dices
el ser amo es no tener conciencia
y te duele América injusta
y lloras la negritud
tu chata nariz
tu cabello en rizos
y el Mozambique lejano
de tus ancestros llevamos en nosotros el dolor
la memoria muerde nuestros sueños
y la espiral retorna
caracol marino
pero tu lucha te potencia
das vuelo a otros que llevarán la antorcha
y entre luces y sombras
en tu corta vida
se plasma lo cósmico 

      

 

 


          MARY SHELLEY

Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena

Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena
con las notas profundas de las viejas pasiones,
enmudecida y rota, colgando de una lápida,
quedará en mi sepulcro. Cuando al llegar la noche,
la brisa se haga dueña de su armazón en ruinas,
buscará en él la música de los tiempos pasados
y querrá que de nuevo su canción acompañe.

Pero en vano la brisa rozará con su soplo
las cuerdas oxidadas. Muda, igual que la forma
que yace bajo tierra, dormirá eternamente.
¡Oh, Memoria, bendito por siempre tu consuelo!
Viértelo junto a mí como si fuera el bálsamo
que conservan las rosas aun después de marchitas.

 

 


 

 DÉBORA MAYOL PARODI

DESDE ESA TARDE


“ Aquella tarde se llevó  mis ojos
 LÍBER FALCO

Las tardes de la niñez olían a café molido,
mezcla de pan casero untado con manteca, miel.
Aquellas costumbres vascas
en los labios de mi padre
eran el condimento de nuestra merienda.
“No hay como el atardecer en Donostia,
cuando la puesta del sol acaricia la playa
en un manto  de lava”  repetía.
Era su  deleite,
igual que el saborear la tapa de gambas picantes
con un vaso de txakoli.
Las tardes, padre,  dejaron  de ser como eran
 la decadencia se atrincheró
en  un almanaque paralítico
donde  falta una sonrisa.
Las tardes,  padre,  no son iguales
el vino me sabe a vinagre 
el tiempo de  sobremesa se esfuma
en  el  aleteo del colibrí,
desde esa  maldita tarde.



 

 HOWARD P. LOVECRAFT

 

EL LIBRO

El lugar era oscuro y polvoriento, un rincón perdido

en un laberinto de viejas callejas junto a los muelles,

que olían a extrañas cosas venidas de ultramar,

entre curiosos jirones de niebla que dispersaba el viento del oeste.

Unos cristales romboidales, velados por el humo y la escarcha,

apenas dejaban ver los montones de libros, como árboles retorcidos

pudriéndose del suelo al techo... huellas

de un saber antiguo que se desmoronaba a precio de saldo.

Entré, hechizado, y de un montón cubierto de telarañas

cogí el volumen más cercano y lo leí al azar,

temblando al ver las raras palabras que parecían guardar

algún arcano, monstruoso, para quien lo descubriera.

Después, buscando algún viejo y taimado vendedor,

sólo encontré el eco de una risa.

                        

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